viernes, febrero 22, 2008

siguen las crónicas golondrinas: nuevos capítulos!

VIGÉSIMO CUARTO PASO
Viernes 15 de febrero. Mediodía en la casa TIAO, Valparaíso. El jueves, al finalizar la presentación golondrina, Mario y la Dani de la okupa, han compartido publicaciones con los golondrinos. Entonces, antes de dejar Yungay 1772, fotocopiamos algunas para incorporarlas a nuestra feria. De contenido político, de índole urbano arquitectónica y universitaria. Contestatarios materiales. Y nos vamos para plaza Victoria. El poncho de Pampa oficia de paño nuevamente y tres o cuatro lucas (unos veinte a veinticinco pesos argentinos, más o menos) de publicaciones, toman primaverales nuevos rumbos. Buena recaudación. El Carli, la Pato y las nenas, parchan a nuestro lado, con multitud de trabajos en alambre e hilo. A77aque toca gratis en la plaza Sotomayor. A la misma hora, a las 21, en la casa del tío Willy (técnico escenógrafo que abre su casa -okupa- a viajeros trabajadores callejeros) habrá una varieté de circo. Los golondrinos, en disyuntiva, acaban hablando en preciosa charla, del calendario maya con la Pato en la casa del cerro Monjas, donde conviven temporariamente. Tierra lunar, viento cósmico; Pampero y Pelado; la función de sincronizara y de comunicar, respectivamente. Casi medianoche, los dos arrancan donde el tío Willy, calle Orella, cerro arriba. Allí están el Negro mendocino, el Chancha, la Marce, la Emi, Cano y la Naty. Llegan estos dos rezagados, "no saben lo que se perdieron", los reciben. Ron con coca, fanschop (Fanta con cerveza) y demás exquisiteces. Lemon pie de la Marce. Clavas con luces. Una van incrustada en pleno patio, a modo de galería, cachivaches cachureros, materias primas para montajes escenográficos, un trapecio en plena calle y un fueguito para ahuyentar el frío. Músicas de intercambio: Los Prisioneros suenan, suena también Tonino Carotone y los Dead Kennedys. Suena La Floripondio y suenan los paranaenses Velho Barreiro y sus sobrinos Os Malandros y Jahmaradas. Un francés, ahueonáo por el copete, discute con músico de los Sonora de Llegar, que amedrenta en buen francés. Buena vibra del tío Willy y la última noche en Valpo, duerme alegre y carretera para los golondrinos.

VIGÉSIMO QUINTO PASO


El sábado amanece con sol madrugador. Desayuno, preparativos, fotos a internet, almuerzo. Los golondrinos deben partir a Pichilemu. Allí los esperan amigos de Santiago para seguir rumbo del sur. Cortes de pelo, apronte, despedidas. Stop. Otra vez despedidas. Hastaluegos que abrazan fuerte y saludos que se repiten, cerro abajo a la distancia. Las hermandades no saben de tiempos ni distancias. Sólo de intensidades. Caminata hasta Avenida Argentina. Microbus hasta Placilla, más caminata. Última Copec (estación de servicio, la "YPF de Chile") de Valparaíso. Dos horas de dedo y frío en las cabezas, de cabellos mutiladas. Pasan camiones, autos y camionetas. Motos también. Una nave motorizada va para Santiago. Vamos. "¿Argentinos?". "Sí, de Córdoba y Entre Ríos... ¿Cubano?". "¿Cómo sabes?". "Por el acento". Jorge nos lleva gentilmente hasta la Estación Central de la ciudad de Santiago. Él trabaja de seguridad privada (hace unos días ha custodiado a la pulposa famosa vedette argentina Jessica Cirio), pero durante años ha trabajado para el gobierno cubano, en distintos lugares del mundo y así ha llegado a Chile, donde reside desde hace unos ocho años. La situación latinoamericana, la vida cotidiana y doméstica de los cubanos, el Che, el futuro de la isla con Raúl en el poder. "Yo fui compañero de escuela de Ernestito, el hijo del Che. En el '68, cuando teníamos seis años". Nos deja una tarjeta, nos damos la mano. Estación Central. A Pichilemu sale bus a las siete de la mañana y sale cinco lucas (una luca = 1000 pesos chilenos = 6 pesos argentinos + ó -). Son las diez de la noche. Nos vamos a la terminal de San Borja, a unas cuatro cuadras de allí. Esta terminal es más pequeña. Bus a Melipilla, mil pesos, "desde ahí hacemos dedo", propone algún golondrino. La medianoche en Melipilla no sugiere viaje. Una especie de choripán con mondongo en la puerta del estadio municipal, un jugo de durazno y pasamos la noche en un hospital de urgencias, en una sala de espera. Amanece el domingo tras los cerros; un semáforo y Pampa hace monedas con malabares, mientras un estéril cartón con la inscripción "Pichilemu", sueña con viaje de onda. Un bus a media mañana, tres lucas cada uno. Una de la tarde, Pichilemu es un mundo de gente, una marea de autos y buses. El mar, más allá, arenas grises y olas gigantes. Los amigos santiaguinos andan por aquí, de excursión (eso suponemos). Los golondrinos almuerzan bajo un árbol y siestean, a escasos metros del inmenso Pacífico. Nuevamente el océano. Más al sur.

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