Atardecía y él estaba mirando el sol que se apagaba en Melbourne mientras en Montevideo se encendía, cuando decidió hacerse el loco.
Tuvo delirios y alucinaciones. Peleó contra los enemigos invisibles, lanzando puñetazos al aire, y pasó días y noches sentado contra una pared, sin cerrar los ojos. Se negó a hablar, porque el diablo de la locura se le metía por la boca abierta. Se negó a dormir, por pánio de morir de locura de la noche. Aguantó pastillas, inyecciones, choques eléctricos.
Y por fin, después de cuatro años de prohibirse cualquier normalidad, los médicos australianos se convencieron de que él era un caso incurable.
Y así el Ñato consiguió pasaje de vuelta, y consiguió una buena jubilación para vivir sin trabajar todo el resto de su vida. Por última vez se miró al espejo en su casa de Melbourne, dijo adiós al loco y se subió al avión.
Y llegó a la ciudad de sus nostalgias.
En Montevideo, buscó. Buscó la casa de su infancia, y allí había un supermercado. El campo baldío donde había hecho el amor por primera vez, era una playa de estacionamiento. Buscó a sus amigos. Ya no estaban. Buscó y se buscó, y en ninguna parte se encontró, y entonces le entró la duda:
- ¿Quié se habrá quedado allá, en Melbourne? ¿El loco o yo?
Una vez por año, solamente una vez, el Ñato se reconoce en el espejo. Llega el carnaval, con sus truenos de tambores, y el Ñato se reconoce. Eso ocurre cuando el espejo le devuelve su cara de murga: naríz de payaso, una risa grande pintada sobre los labios, la luna entre las cejas y las estrellas desparramadas por toda la cara.
(*)
por Eduardo Galeano
(en Las Palabras Andantes
y en Úselo y tírelo)
*** este es un regalito del PelAdo para que febrero les pinte la cara, amigos ***
1 comentario:
ke hace chabonardo todo okay bue espero ke yes...
paso pa ke sepasw ke no mori sabe abraso
diego el pinchila larga?
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